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viernes, 23 de septiembre de 2011

El suspiro del fantasma.

Era una noche lóbrega y fría, hace unos meses lo habría considerado exorbitantemente tenebroso pero desde hace un tiempo atrás era algo que clasificaba como usual, así pues se sentía segura. Agudizó el oído y cerró los párpados con vigor, quería sentirse más cerca pero a decir verdad nunca era suficiente, tomó aire y exhaló con auge dejando notar su frustración, que últimamente siempre le acompañaba. Se frotó los ojos con desesperación y alzando la bandera blanca lo dio todo por perdido, giró sobre su costado y con la mirada añil perdida en la oscuridad de la estancia, se sumió en un profundo sueño. En torno a las 5 de la mañana despertó acompañada de un brinco y con los ojos inundados en un mar de lágrimas soltó un ahogado grito. Su respiración era entrecortada y en el interior de su pecho parecía que al corazón le había dado un vuelco, aún así logró tranquilizarse, se aferró a su busto y escondió el rostro en los rodillas, gimió de pena, a partir de éste momento inició una cadena de sollozos en la cual el llanto era la primera señal de pesadumbre. Lloró por unos minutos, cogió una bocanada de aire y no pudo evitar el sentirse vulnerable, ¿Era acaso algo más que una simple marioneta? porque se sentía inclusive más manejable que una muñeca. Se dejó caer en el lecho y durmió por todo el resto de la noche.
Al crepúsculo del día siguiente se apoyó sobre la cristalera de su habitación y observó con detalle como la oscuridad teñía el cielo azulado, como la luna resplandecía en el firmamento y como Van Gogh plasmaba las estrellas en el cielo, creando una perfecta noche estrellada. Cuando no logró ver nada más que opaco abrió la ventana y se abatió sobre su cama. Con las palmas de las manos se cubrió el semblante, resguardando así su facción de aflicción. Pero esa noche, una fresca ráfaga de viento se topó con su faz y fue cuando por fin sonrió. Fue un susurro inaudible pero fue suficiente como para que ella advirtiese que estaba próximo a su ser. 
Desde entonces comprendió que la soledad ciertas veces era su mejor compañía.

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