El ambiente
estaba cargado de una molesta humedad cuando el insomnio volvió a hacer acto de
presencia sobre Asuna. Giró sobre su costado y observó que eran las “3:28” a través de sus cansados ojos en
el reloj de la mesilla. Suspiró mostrando así su exasperación y se sentó sobre
el lecho para poder desperezarse mejor. “Será
una noche muy larga” dijo entre dientes, resentida. Se dirigió hacia la
ventana, la cual estaba abierta de par en par y que había dejado que la lluvia empapase
su rostro hasta el punto de despertar a la muchacha del todo.
La luna,
dibujada con compás en lo más alto de aquel firmamento bañado en estrellas,
cegó el rostro de Asuna e iluminó sus dos ojos, los cuales eran extraños por
ser diferentes. El derecho estaba coloreado de celeste y poseía pintas amarillas,
mientras que el izquierdo estaba teñido de un marrón miel. Cada uno de ellos
había representado una sensación diferente desde la primera vez que había
abierto los ojos. Ambos habían hecho de Asuna una persona forjada en el temor, la
inestabilidad y la inseguridad… pues al fin y al cabo ¿qué era la cordura?
Tomó los
auriculares y el mp3 que reposaban en una cercana vitrina y se sumió en las
letras de las canciones que siempre habían plasmado tan bien su existencia. “Vivimos nuestras vidas como si estuviéramos
preparados para morir” decía la voz rasgada de aquel cantante. Pulsó el
botón de pause y tragó saliva sonoramente ¿qué tenía de malo aquella frase? Era
evidente que si eso era cierto, todo sería más fácil ¿no?, se cuestionó ella
misma. La respuesta que obtuvo tardó un par de minutos en llegar y vino
acompañada de aquella quemazón, aquel fuego interno que tantas veces había
pagado con su esencia y que tantas veces había respirado por cada poro erizado
de su piel.
Primero sintió
un escalofrío que recorrió todo su ser y tras esto sufrió calambres hasta en
los huesos. Ardió su alma en las profundidades de su espécimen y crepitó la
lumbre que estaba asentada en su corazón. Lo último que recordó fue sentir como
su ojo izquierdo brilló con más intensidad, después, habló.
–Vaya, eres más débil de lo que creía
recordar. – Se dijo para sí misma. Pero esta vez la voz que emanó de su
garganta era más áspera y masculina que la anterior.
–Vete…– Se limitó a decir luchando por
mantener su voz despierta.
– ¿Irme?
Pero si acabo de llegar. – Negó con la cabeza repetidas veces. –Estas no son
maneras de recibir a un invitado. –
– ¿Invitado?
Más bien usurpador de cuerpos. – Dijo ella entre jadeos intentando que la
ardiente llama que custodiaba su voz permaneciera ardorosa y chispeante.
–Bah, tonterías. Este cuerpo siempre me ha
pertenecido, aunque puedes resistirte cuanto quieras, querida. – Tornó su
rostro hacia una mueca irónica y a continuación enarcó una ceja mostrando así
su superioridad. –Puedo apagar la llamarada de tu humanidad cuando quiera. Es
una decisión que no está a tu alcance. – Hizo una pausa y chasqueó la lengua. –
Una lástima.
Asuna cerró
los ojos con vigor e intentó ignorar los aullidos que hacían eco en su mente y
que intentaban que el fuego de su propia naturaleza se congelase.
–Marcus… ¡Haz que pare!
–No me llames así ¿Cuándo asumirás que yo
soy la verdadera Asuna, que tú no existes? Mi alma es más vehemente que la
tuya. Yo soy quien realmente aviva el fuego de este cuerpo. Y ahora, Asuna ¿por
qué no nos divertimos un poco? – Plasmó una ruin sonrisa en su gesto y hundió
los dedos en la piel de sus piernas. – ¿Duele?
Ella se limitó
a apretar las mandíbulas y a contener las lágrimas. ¿No era más fácil ceder y
entregarle lo que había sido suyo durante todos esos años? Se obligó a
descartar esa idea y a luchar porque su hoguera interna ardiera con ella hasta
su muerte. Sabía que sus ojos acabarían por ser los dos celestes y que el
Marcus que existió un día, moriría sin ser recordado. Asuna tenía la certeza de
que el frágil lazo de porcelana que los unía, terminaría por resquebrajarse y
también sabía que ella sería quien ganase aquella febril batalla. Aunque…
¿Podía estar segura de que la victoria le pertenecería a ella?
El marrón de
su ojo izquierdo fue perdiendo intensidad poco a poco y esa fue la señal que dio
pie a la despedida de Marcus por aquella noche. La muchacha tomó una bocanada
de aire y se felicitó por haber ganado el combate una oscuridad más.
Aunque en su fuero interno era conocedora de que lo más difícil de aquella llameante lucha interior era admitir que su rival era parte de ella.
Aunque en su fuero interno era conocedora de que lo más difícil de aquella llameante lucha interior era admitir que su rival era parte de ella.
El reloj
marcaba las cinco y media de la mañana cuando Asuna se tendió en la cama,
agotada. Cerró los ojos tratando de frenar a un par de saladas lágrimas que se
habían acumulado en sus pestañas, pero fue inútil. La muchacha terminó por
sumirse en un turbador sueño, el cual fue acompañado del fuerte olor a tierra
mojada que se había impregnado en la estancia durante la incesante lluvia
nocturna. Aun estando en pleno agosto, su cuerpo estaba gélido y la causa de
ello no era precisamente la lluvia. Temía por no saber cómo intensificar su
llama y sobre todo estaba aterrada, puesto que era más fácil apagar su fuego
que acabar con la escarcha de Marcus.
“Dime Asuna, ¿somos fuego o… hielo?” dijo él tras haber penetrado el mundo onírico en el que se había sumergido Asuna, presa del cansancio.
“Dime Asuna, ¿somos fuego o… hielo?” dijo él tras haber penetrado el mundo onírico en el que se había sumergido Asuna, presa del cansancio.
Múltiples
rayos de sol penetraron por la ventana y chocharon directamente contra el
semblante de la joven. Ésta se retorció tratando de evitarlos pero todo
esfuerzo fue en vano. El ámbito estaba atestado de un incómodo bochorno
provocado por el aguacero de la noche anterior y ella pensó que esos eran los
inconvenientes más notables del verano.
Como cada día
de aquel verano del 2005, escondió el agotamiento de su rostro tras baratos
cosméticos y ocultó su miedo hacia la pérdida de su ardiente ser detrás de una
sonrisa que usaba a modo de impenetrable escudo.
La noche
volvió a acechar a la vulnerable joven y esa imborrable sonrisa que había
permanecido cosida a su rostro durante todo el día, desapareció cuando el
último haz de luz cayó.
Esta vez fue
diferente, no sintió calor, ni ningún delirio provocado por la calidez de su
cuerpo. Asuna presintió que sus brasas se estaban extinguiendo. No había leña
que avivase el fuego de su hoguera, no había llama. Chocó contra la pared que
estaba a sus espaldas y se resbaló por
ella con hastío hasta que se topó con el suelo. Respiraba entrecortadamente y
se enjugaba las lágrimas mientras aguardaba a que la agria voz de Marcus rompiese
el silencio de su mente, tal y como estaba acostumbrado a hacer.
–He de
admitir que no pensaba que iba a ser tan fácil. Te creía algo más… ¿cómo
decirlo? Mm.. ¿Tenaz? – Asuna sintió frío.
–Siento decepcionarte. – Respondió ella con
un claro tono sarcástico.
–No te preocupes, cuidaré bien de este
cuerpo. Pero… será algo menos cálido y algo más…–Sonrió de lado a la par que
alzaba los hombros con desgana. –… fresco. Ya sabes, diferentes matices. Cosas
de la vida. – Argumentaba mientras hacía círculos imaginarios con un dedo
elevado.
Asuna, cansada
de escucharlo, ocultó el rostro en las rodillas y trató de construir una
barrera que prohibiera el paso a Marcus, el cual se reía a pleno pulmón
creyendo que toda aquella sandez no iba a dar resultado. Para la sorpresa de
ambos, la muchacha recuperó el calor que le era esencial y sintió como de su
corazón brotó la llama que le daba la vida. Sus costillas, actuaron como una
chimenea, y empezaron a proteger a la lumbre de Asuna, que no era menos que su
alma.
Se incendió su
interior y ya no hubo que temer a ningún hielo capaz de apagarlo. Todo se había
disuelto, no había frío, y pronto tampoco habría ningún Marcus.
– ¿Qué estás haciendo? – La voz de Marcus se
estaba derritiendo y se perdía entre los suspiros que la joven emitía para
acallarla. – ¡Todavía podemos convivir juntos, es lo que hemos hecho siempre! No puedes apagarme, no pue…– Y calló. Calló
para siempre.
Asuna levantó
la cabeza con sumo cuidado y se alegró de estar sola, de poder decir que era
ella, que ardía.
La noche trascurrió tranquila y Asuna fue capaz de conciliar el sueño sin ningún tipo de interrupción. A la mañana siguiente, cuando el sol brillaba en lo alto del cielo, lo primero que hizo la joven fue mirarse en un espejo. Era extraño, sus ojos eran… ¿normales? Ambos eran azules, tanto el izquierdo como el derecho.