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martes, 8 de enero de 2013

Capítulo 2: Intruso.

El muchacho dejó reposar sus manos sobre el teclado y se aferró al anillo que adornaba uno de sus bastos dedos. Sentía como éste palpitaba, le quemaba tanto que desearía desprenderse de él, arrojarlo lejos y huir así de su destino, del destino de aquella joven.
   -Te estaba esperando, Miaka- Rompió el silencio con su rotunda y fría voz.
Miaka levantó el rostro advirtiendo que conocía su nombre pero ¿quién era él?, mejor dicho, ¿qué hacía allí?, y lo más importante, ¿qué quería de ella?
Se aferró al marco de la puerta y se obligó a responder con el mismo tono de indiferencia que él había utilizado.
   -¿Quién eres?
   -¿No lo sabes?
La respuesta aplastó a la pregunta de la muchacha.
   -¿Cómo saberlo?- Replicó con algo de retintín en su voz. Suspiró durante unos segundos y al apartar la vista del joven reparó en algo que le sería de gran ayuda... con ágiles movimientos consiguió blandir el arma que reposaba cerca del piano, cerca del encapuchado. ¿Qué hacía esa espada allí? No importaba.
   -Te lastimarás.- Se burló él. -¿qué piensas hacer, atacarme?-
   -Tus deseos son órdenes.- Alzó el estoque y se preparó para embestir un golpe contra el hombro de su oponente. Éste, sin embargo, ya esperaba ese ataque. Así pues, rodeó el torso de la asustada chica y ejerció presión en la mano en la que ella sostenía el arma hasta que cedió y se la entregó. Él la colocó en su cuello, que desde su punto de vista desprendía un empalagoso olor a fresas, y le susurró cerca del oído. -Muerta.- Bajó el arma y dejó que se abatiera sobre el suelo con un sonido metálico. Tras esto, Miaka lamentó ser tan débil.
El todavía encubierto apartó el objeto raudamente y cuando se aseguró de que estuviera lejos del alcance de Miaka, la soltó.
   -Y ahora prometerás ser buena.- Sonrió a su objetivo con soberbia y entornó los ojos esperando a que se dibujara una mueca en su rostro, pero nada apareció.
Miaka sintió una punzada de dolor en la muñeca que segundos antes había sido aprisionada por las manos de aquel infame. No comprendía nada y el no entender era frustrante. Retrocedió con la cabeza gacha y escondió el desconcierto de sus ojos tras algunos indóciles mechones de pelo.
Cuando su espalda se topó con la pared alzó el semblante y con el ceño fruncido observó a su rival, no permitiría que él viese la turbación en su mirada. No sabría luchar pero sí sabía esconder, era lo único que había hecho durante su vida, ocultar. Y se le daba realmente bien.
   - ¿Cómo te llamas?- Se atrevió a preguntar con un hilo de voz. Si iba a ocurrir algo prefería que aconteciese cuando ella supiera contra quien se enfrentaba, era lo justo.
   -No he venido a responder a eso.-
   -¿Y a qué has venido?-
   -A...- Y ahí estaba otra vez el quemazón del anillo. Sentía como la sortija le gritaba... "No hay tiempo para juegos, Ikuto. ¿A qué estás esperando?" y el dolor le obligaba a estremecerse. "¿Es que acaso sientes pena? Ve al piano, es la hora."
Ikuto hincó la rodilla en el suelo y emitió un gemido, la presión del anillo había cesado pero el dolor seguía presente. Respiró con torpeza por unos segundos y cuando consiguió recuperar el aliento ella ya había desaparecido.
   -¡MIAKA!- Gritó desesperadamente al recordar todo el dolor que su mente y cuerpo habían sufrido.
Sabía que si hacía aquello todo el daño desaparecería y podría volver a ser quien era. No habría Ikutos atados, no habría anillos, ni si quiera capuchas tras las que esconderse...


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