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lunes, 24 de octubre de 2011

Capítulo 1: La última canción.

La estancia estaba vacía y el único brillo de luz que se podía apreciar en el estrecho pasillo provenía del exterior. Por una de las ventanas se colaba el reflejo del rostro de la pálida luna, que esa noche se manifestaba más deslumbrante que nunca. Se dejaba ver llena en su totalidad y resplandecía hasta dañar la vista si la mirabas fijamente. Miaka se paró perpleja y se dejó conmover por aquel satélite natural dibujado con compás.
Ella, vestía un también pálido camisón de lino que de vez en cuando acariciaba sus rodillas y tenía los pies desnudos dejando que éstos se hundiesen con cada paso que daba en el frío suelo. Deambulaba de una lado para otro recorriendo la casa como si fuera la primera vez que la pisaba.
No comprendía por qué estaba haciendo aquello... ¿Un paseo nocturno?, ¿por su casa? y es que en verdad ciertas veces las explicaciones sobran, acciones que se producen porque la razón las dicta o otras tantas porque el corazón lo hace. El silencio reinaba en el domicilio y sus pasos, calmados, resonaban confesando el rumbo que tomaba.
Sin previo aviso, el silencio se tornó en un sonido que terminó por manifestarse en forma de canción.
Ella, con los ojos fuera de las cuencas se paró en seco. ¿Qué era eso? e hizo una mueca de terror llegando a parecer que se le desencajaban las mandíbulas. Permaneció allí, apoyando el lomo contra la pared sin hacer ningún ruido más que el que hacía su respiración. Agitada y ruidosa exhalación que sonaba a la par de la música.
Selló sus palmas en puños y cerró los ojos dejándose llevar por los acordes, notas que dejaban un sabor dulce en sus oídos. Envuelta por el deseo y como si dormida estuviese fue dando tumbos siguiendo a la armonía que tan profundamente la había conquistado.
Ahora que se había dejado llevar por la melodía no podía parar y sólo podía reparar en el fuerte eco que sonaba en su cabeza. Se topó con la puerta del salón, que estaba entreabierta dejando ver el interior de la estancia, parecida al pentagrama de un cuaderno musical. Acercó sus dedos, también dormidos, a la cristalera de la puerta y con un leve impulso dejó que ésta se abriera por completo, encontrando de esta forma la respuesta de aquella bella composición musical.
Entreabrió los ojos, y cuando los tubo completamente abiertos se quedó perpleja, muda, como si hubiesen cosido sus labios.  Sobraban las palabras porque no había sonido que pudiese describir lo que sus ojos veían. Porque esa sala nunca había existido y ese piano, instrumento que con su música deleitaba sus oídos nunca había yacido en su casa. Ni que decir tiene del encapuchado hombre que hundía las yemas de sus dedos en las teclas blancas y negras del magnifico artefacto.

CONTINUARÁ.

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